Miles de personas aseguran sufrir hipersensibilidad electromagnética, una etiqueta reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para referirse a un abanico de síntomas inespecíficos que difiere entre individuos. 

Los síntomas, como dolores de cabeza, insomnio y problemas cardíacos se desencadenan en presencia de “ondas electromagnéticas artificiales”, pero no al exponerse a campos eléctricos de fuentes naturales, como el de las tormentas, o el campo magnético de la Tierra que mueve la aguja de la brújula.

La OMS sugiere que su origen se encuentra en la propia mente de los afectados. “Hasta la fecha, las pruebas científicas no apoyan la existencia de una relación entre estos síntomas y la exposición a campos electromagnéticos”, asegura la OMS, que apunta a la ansiedad relacionada con las “nuevas tecnologías”.

En el 2003, el psicólogo británico James Rubin, del King’s College de Londres, inició un esclarecedor experimento. Reunió a 71 personas supuestamente electrosensibles y a 60 voluntarios sanos. La prueba consistió en acercarles un teléfono móvil a la cabeza, que podía estar encendido o apagado sin que lo supieran los participantes. Algunos electrosensibles se retorcían de dolor ante un teléfono apagado y otros no percibían un campo electromagnético pegado a su cráneo. 

El Comité Científico de los Riesgos Sanitarios Emergentes y Recientemente Identificados revisó 700 estudios sobre el tema, sin encontrar efectos en la salud. 

Recientemente un tribunal francés concedió incapacidad del 85% y una pensión a una mujer que se declaraba alérgica al ‘Wifi’, la cual vive ahora alejada de la civilización.